24 mar 2012

SOMBRAS CHINAS

Por Oscar Martínez


La Leny decía cosas totalmente disparatadas y absurdas. Por momentos, parecía que estaba lamiendo el teléfono y se ponía a gemir y a dar grititos de placer, así que imaginé lo que sucedía y sospeché el motivo de su llamada. Lo imaginé por el día (era martes) y lo sospeché por la hora (las 3 de la tarde).

Todos en La Batería, sabíamos la rutina del hijo de puta del Gordo Méndez. Los jueves el Gordo se iba a San Justo y entre hacer sus “negocios” se pasaba chupando todo el fin de semana hasta el lunes en la noche. Los martes en la mañana llegaba a la ciudad y lo primero que hacía era llamarle a la Leny para darle “merca” a cambio de poder tirársela hasta la 1 o 2 de la tarde, hora en la que se iba a almorzar con su madre que lo creía un gran empresario y le cocinaba pollo con arroz, papas fritas y ensalada rusa, que era la comida favorita del Gordo.

A pesar de que lo negaba siempre que podía y hasta se enojaba -poniéndose más violento de lo acostumbrado- ante la sola insinuación de la posibilidad, para nadie era un secreto que el Gordo Mendez estaba enamorado de la Leny. De otra manera, cómo explicar que cuando llegaban chicas nuevas a La Batería, si bien se las tiraba, las corrompía y luego andaba diciendo que son unas putas y unas cojudas -como hacía con absolutamente todas las chicas que tenían la desgracia de andar con nosotros-no andaba buscándolas una y otra vez, y menos aún les regalaba un bretesito. Si, aunque chillaba y decía que odiaba a las mujeres, el Gordo andaba enamorado de la Leny y esa era la cruz dentro de lo que él creía la perfección de su vida.

Sacadas estas conclusiones y juzgando los tonos excitados y sexuales de la Leny, me dije a mí mismo “Esta loca esta re pasada y por eso me ha llamado diciéndome un montón de cosas locas, como eso de que quiere sentirme adentro de ella y que le chupe y le muerda las tetas hasta cansarme” Así que ante la insistencia de que vaya a su casa y con la seguridad de que esperaba un tire memorable, le dije “Me amarro las gambas y voy”. Antes de colgar el teléfono, seguí escuchando sus jadeos y una que otra boludez que salía de su boca y empece a sentir un cosquilleo bien rico en la parte baja del estómago.

Mientras buscaba mis zapatos en el gaseoso desorden de mi cuarto, me puse a pensar que nunca he sido bueno inventando excusas, o mejor dicho, siempre he sido lento inventando excusas. Por ejemplo, después de colgar el teléfono pude haber dicho muchas cosas para no ir a su casa o simplemente colgarle, evitando de esta manera que el Gordo se vaya a enterar algún día y después ande amenazándome de muerte y otras cosas peores. Pero también pensé que no puedo ser un hipócrita mentiroso, ya que la llamada me alegró y de hecho fui porque estaba feliz, arrecho y emocionado.
Después, pensé que finalmente a mí que me importaba que el infeliz del Gordo se entere, ya que después de todo, la Leny estaba bien buena y a mí me gustaba ella y no digo que me gustaba sólo físicamente, porque lo que más me gustaba de ella, eran sus boludeces extremas, como eso de creerse bruja, médium y vidente y más aún, me encantaba que me diga cosas sucias y excitantes.

Cuando no la conocía muy bien, yo decía: “Uhh la Leny si que está bien buena” y los chicos de La Batería -que por miedo al Gordo nunca hablaban de ella- me decían que si creía que la Leny estaba buena hoy en día, lo que hubiese dicho de haberla conocido hace un par de años, antes de que la Leny le entre a la base sin medida ni clemencia.

Todos coincidían en que la Leny tenía un culo hermoso, bien proporcionado y redondito; con una cintura bien angosta, por lo cual la definición más acertada era que su culo parecía un corazón al revés. De sus tetas decían que estas tenían el tamaño de un par de toronjas y que eran bien firmes y pecosas. Después de emocionarse diciendo como era la Leny, todos al mismo tiempo asumían un aire sombrío y decían que si ahora la pobre Leny parecía un bodoque fofo y gomoso, era por culpa del Gordo Méndez que la había dejado hecha una ruina.

Cuando estábamos solos, mi amigo el Huesito me repetía una y otra vez: “a la Leny se le han chorreado el culo y las tetas por culpa de ese cabrón del Gordo y si se le ha chorreado todo, es porque justamente ese hijo de puta le da sin cariño, como si fuese ajeno le da a la pobre Leny”. El Huesito también decía que el Gordo Mendez era como Atila el rey de los Hunos “que donde pisa ese cojudo, ya no crece yerba” y cuando decía todo eso parecía que le daba pena la Leny y que odiaba al Gordo, aunque cuando este andaba cerca, se encargaba de hablar bien de él. Mi buen amigo Huesito, flaco, alto, ojeroso y con el cigarrillo en la mano por la eternidad. Le decían Huesito por lo flaco y lo pálido. En la Batería todos le tenían terror al Gordo Méndez y se cuidaban de no hablar mal de él y obviamente, yo también lo hacía.
Cuando estaba peinándome frente al espejo, me llegó tardíamente el miedo al Gordo, que disipó de un soplido todas las imágenes que tenía en la cabeza de la Leny revolcándose conmigo, sustituyéndolas por otras donde el Gordo me revolcaba a patadas en el suelo. Me paré frente a la ventana para pensar en alguna excusa. Después de todo, la Leny estaba más que drogada y de repente ni cuenta se daría si le decía que tenía que ir a la Luna a comprar pan para mi vieja. Podía decir cualquier cosa, pero el problema es que yo quería ir y tirármela, pero más que todo, quería ir y tenía que ir porque la Lenny era una bruja que todo lo veía y todo lo sabía. Sí, eso era, en realidad le tenía miedo a la Lenny que todo lo veía y todo lo sabía, siempre.

Tomando en cuenta que su casa estaba cerca y que podía llegar en diez minutos si caminaba lentamente y cinco minutos si iba corriendo, vi que no había por qué apurarse tanto, así que aproveché que no había nadie en mi casa para fumar un porrito. Hice memoria para recordar donde había dejado escondida la yerba. Me esforcé mucho, ya que mi pobre memoria en la actualidad, no era más que una pelota que rebotaba de día en día, de hora en hora y de año en año a su regalado antojo. A veces, sólo a veces, me daba pena eso de que mi memoria sea una pelota que va de aquí para allá, agrandando y disminuyendo mis recuerdos o llevándolos de arriba a abajo como le venía en gana. Me daba pena porque nunca más sería el chico prodigio que recitaba la tabla de combinaciones algorítmicas de Kepler, ni las capitales de todos los países del mundo, con sus principales exportaciones, Producto Interno Bruto y cantidad de habitantes por Kilómetro cuadrado. Ya nunca más sería la estrella de las horas cívicas o de algún auditorio imaginario que premie con ovaciones mi memoria prodigiosa.

En todo caso, olvidarse donde estaba la yerba estaba bien, sobre todo porque me había prometido dejar de fumar a cualquier hora del día, no porque me sienta culpable, sino, porque me olvidaba de cosas tan importantes como las excusas para evitar a la casa de la Lenny.

Busqué la yerba en los lugares de siempre, en esos que te dices “aquí lo escondo, total, que nunca me voy a olvidar y nadie va a buscar aquí” pero al final son tantos lugares así, que te terminas olvidando de todos modos y no hay nadie en el mundo que venga en tu auxilio. La única forma de sortear esa tarde con éxito, era fumarse un porrito y tranquilizarse. Después de deshacer mi cuarto, encontré una carta que le había escrito a la Leny hace ya tiempo. La cantidad de huevadas que uno puede llegar decir cuando se cree enamorado. A veces, uno no se parece al de las cartas que escribe. Es como escucharse en una grabación y mientras se escucha uno siempre piensa, pero… ¿esa es mi voz? No es la voz que escucho en mi cabeza. Pero lo malo es que la carta estaba ahí, con la respuesta escrita por la psicópata de la Leny con lápiz rojo.

Cuanto tiempo habré estado sentado en la cama acordándome del día que le he dado esa carta. Claro, en ese tiempo no sabía que ella estaba loca y no sabía que el mundo era demasiado pequeño para los dos. Antes de darle la carta, me acordé que ese día también había pensado que la única forma de sortear ese momento, era fumándose un porrito, y que casualmente, en ese entonces también había olvidado donde deje la yerba porque me había prometido dejar de fumar, pero la gran diferencia es que en ese entonces si sentía culpa y pensaba de mi mismo que era un asqueroso drogadicto. Ahora era diferente, ahora me olvidaba porque mi memoria es una pelota que viene y que va, que agranda y achica, que aparece y desaparece, que me sube y me baja a su regalado antojo.

Lo último de marimba que me quedaba, estaba escondida dentro del estuche de un casete de “Naughty by Nature” que estaba mimetizada en la policromática multitud de cintas prehistóricas que guardaba en una vieja caja de zapatos Manaco. Al encontrarla, vi que no era tanta como deseaba y esperaba. Recordé que antes, cuando tostaba seguido, agarraba la marimba y le decía por su nombre: “María” y mientras le sacaba las semillas y la aplastaba (cariñosamente) con mi dedo pulgar, sentía su olor y le hablaba, le contaba cosas que me quería acordar o que me quería olvidar y al fumarla parecía responderme y acariciarme dándome paz, sosiego y una alegría suavita, casi como estar tirado en el pasto tomando un sol tibio de primavera, escuchando el tranquilo paso del río y la armonía de su estruendo arrastrando piedras y la María era un lugar, un lugar maravilloso. Ahora no, ahora la María estaba gris y triste, y yo lejos, lejos del espíritu, lejos del pasto y el sol de primavera, lejos de la armonía y lo peor de todo, lejos de mi. Por esta tarde sólo quería que ir donde la Leny sea más leve, que sea un poco mejor.

Cuantas cosas uno se pone a pensar en tan poco tiempo. En eso también pensaba: en tantas cosas que uno se pone a pensar en tan poco tiempo. También pensaba que habían pasado tantos años desde la última vez que escuché a Naughty By Nature, que quise poner una canción del casete a todo volumen, pero mientras la cinta retrocedía, me entretuve haciendo una pipa con el papel estañado de los cigarrillos que fumaba la vieja y mientras hacía la pipa, vi el cajón de zapatos dónde estaban los casetes y me puse a pensar que habían pasado tantos años desde la última vez que había usado zapatos Manaco, hasta que el sordo sonido de la cinta atascada en la casetera me despabiló trayéndome de vuelta a la realidad.

Abrí la ventana de mi cuarto de par en par, encendí la pipa y me quedé mirando el silencioso transcurrir de la tarde. En el fondo, la vieja cancha de futbol estaba casi vacía, sólo tres niños intentaban jugar futbol corriendo e insultándose. No sé por qué, de un momento a otro, comencé a sentir tristeza por ellos. Tristeza porque un día, inevitablemente crecerían y, quién sabe, desearán vivir en otro barrio más caliente, donde el sol dure más y el viento helado de la cumbre no asome nunca a comerles los huesos.

No se puede evitar, no. Varios días crecerán hasta más no poder y quién sabe desearán una casa hecha de ladrillo visto muy bien barnizado, atravesadas con elegantes vigas de madera preciosa, amoblada con mesas de cristal de roca, además de un sinfín de antigüedades extravagantes y otros artefactos curiosos en ambientes de psicodélicos colores pastel de los años sesenta, con un par de autos oscuros en el garaje y un perro con pedigree que se llame Babsy al cual haya que sacar a pasear en las noches y llevar cada dos domingos a una peluquería para perros. Si, quizá desearán una vida muy Kitsch, como la deseaba yo. Mientras tanto, estarán allá, condenados a crecer en la cancha donde el viento también juega haciendo remolinos con la basura del barrio. Ahora ya sabía por qué sentía tristeza. Tal vez sólo era yo que quería que el sol dure más y el viento helado de la cumbre no asome nunca a comerme los huesos. O tal vez sólo era que yo, que nunca quise crecer y ser esto que llamo yo.

El teléfono volvió a sonar, cerré la ventana y cogí una chaqueta abrigada porque el cielo estaba nublado y era claro que en cualquier momento llovería.
Leny, quisiera saber la letra de esa canción: “Y no llores más muchacha, corazón de tiza” Siento que esa canción sería buena para ti ahora estas tirada y sangrando por todas partes. Ahora que el Gordo te está comiendo las entrañas y no sé si estás viva o muerta, en eso pienso ahora, si viva estás muerta porque odias este mundo, o si estando muerta estas viva porque has dejado este mundo de mierda. Pienso dejar de pensar y en eso escucho los asquerosos alaridos del Gordo Méndez que se sacude y tiembla encima de vos. Tanta sangre y vos haciéndote a la que lo disfrutas. Aunque te mueves y gimes, aunque haces burbujas de sangre con tu nariz y el gordo te besa las tetas yo te sé muerta, lejos de todo, de mí también.

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